Hace 74 años, sobre las cenizas de la Segunda Guerra Mundial, comenzó a forjarse el exitoso proceso de la integración europea, que hoy reúne a 27 países
El 9 de mayo ae celebra el Día de Europa. Hace 74 años, sobre las cenizas de la Segunda Guerra Mundial, el aquel entonces ministro de Asuntos Exteriores de Francia, Robert Schuman, pronunció un histórico discurso, conocido como la declaración Schuman.
Este discurso dio inicio a un proceso sin precedentes de integración europea, posiblemente el proceso de integración regional más exitoso en el mundo. Fueron, en particular, Alemania y Francia, los dos grandes adversarios de la Primera y la Segunda Guerra Mundial, quienes decidieron someter la producción del carbón y del acero (las armas de la guerra) a una autoridad común, con el único objetivo de no volver a caer en las garras de un conflicto bélico. De los 6 países fundadores (también formaron parte Bélgica, Italia, Luxemburgo y Países Bajos), hoy hemos pasado a una Unión de 27.
En esta fecha tan señalada, y más allá de la efeméride como tal, los europeos celebramos la trayectoria y el camino que hemos venido recorriendo a lo largo de estos años. No exento de altibajos, con muchos avances (los denominados “petits pas” de Jean Monnet) y también retrocesos, este camino nos ha llevado a lo que hoy representa la Unión Europea: una combinación única de libertad política, prosperidad económica y cohesión social. Un mercado común con libertad de movimiento para sus ciudadanos. Y, sobre todo, somos un referente de paz y democracia, en un continente donde se han librado las mayores guerras de la humanidad. Gracias al proceso de integración europea, llevamos setenta y cuatro años de paz y estabilidad. El período de paz más longevo de la historia dentro de las fronteras de la Unión Europea.
Lamentablemente, hoy en día nos hemos dado cuenta de que el orden internacional basado en reglas, el comercio internacional y la interdependencia económica no son por sí solos suficientes para crear los vínculos necesarios entre todos los pueblos y naciones, ni tampoco garantizan una paz duradera. Lamentablemente, la política de poder ha vuelto. El mundo se está volviendo más multipolar y menos multilateral. Desde el comercio hasta la inversión, desde la información hasta la migración, se están utilizando como armas todos los tipos de interacción. La competencia está escalando para convertirse en confrontación y una vez más la paz mundial está seriamente amenazada.
La guerra de agresión de Rusia contra Ucrania ha traído de nuevo a Europa la primera guerra interestatal de alta intensidad desde 1945. La guerra elegida por Putin representa una amenaza existencial no solo para la UE, sino en el nivel mundial. Si esta flagrante violación de la Carta de las Naciones Unidas tiene éxito, daría luz verde a las naciones más poderosas para imponerse sobre sus vecinos más débiles. Esto marcaría el fin de un sistema internacional basado en normas. Desde la UE, seguiremos haciendo todo lo posible para que Ucrania prevalezca y que los ucranianos puedan decidir su propio destino.
Si bien es cierto que muy pocos supieron pronosticar hasta qué punto Europa iba a estar tan seriamente amenazada, también lo es el hecho de que en 2019, antes de la agresión rusa, el recién nombrado alto representante para Asuntos Exteriores y Seguridad de la UE, Josep Borrell, ya advirtió que Europa necesitaba “aprender a hablar el idioma del poder” y “ejercer un mayor papel geopolítico a través de su autonomía estratégica”.
No hubo que esperar mucho para que el tiempo le diera la razón. En apenas unos meses, la pandemia del Covid-19 azotaba el mundo, poniendo de manifiesto la gran vulnerabilidad de la UE en lo que atañe a la falta de producción de material sanitario dentro de nuestras fronteras y a la fragilidad de nuestras cadenas de suministro. En términos aún más crueles, la guerra de Putin expuso igualmente nuestra vulnerabilidad debido a nuestra dependencia del gas ruso.
Haciendo de la necesidad una virtud, los europeos hemos sabido reaccionar con unidad y determinación.
Para hacer frente al impacto económico de la pandemia, apostamos por el Next Generation EU, que implicó la emisión de deuda común para un fondo de reconstrucción de un valor de 800.000 millones de euros.
Para hacer frente a nuestra excesiva dependencia de los combustibles fósiles rusos, y de paso cumplir con nuestros objetivos en la lucha contra el cambio climático, apostamos por el REPowerEU, que ha permitido el ahorro de energía a través de una mayor eficiencia, el despliegue acelerado de las energías renovables y la diversificación de nuestras fuentes de suministro, entre las cuales se encuentra naturalmente la Argentina. Precisamente, el año pasado, a raíz de la visita de la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, firmamos dos acuerdos bilaterales sobre energía y minerales estratégicos, principalmente litio. Ambos se encuentran en plena fase de implementación porque queremos seguir invirtiendo en la Argentina como lo hemos hecho siempre: de manera sustentable y generando valor agregado y puestos de trabajo.
En tan solo unas semanas, del 6 al 9 de junio, tendrán lugar las elecciones al Parlamento Europeo, que marcarán un nuevo ciclo político y el nuevo rumbo de la Comisión Europea para los próximos 5 años. Además de seguir promoviendo la defensa de los derechos humanos y encarando los desafíos que plantea la doble transición verde y digital, en Europa tenemos otro frente abierto: nuestra defensa común.
Necesitamos un cambio de paradigma en la defensa europea. Nuestra Unión se ha venido construyendo, y apuntalando, en torno al mercado interior (libre circulación de personas, mercancías, servicios y capitales). Esto ha dado formidables resultados para lograr la paz entre los europeos. Al mismo tiempo, durante demasiado tiempo hemos dejado de lado nuestra seguridad apoyándonos principalmente en los Estados Unidos. En los últimos 30 años, tras la caída del Muro de Berlín, hemos permitido un desarme silencioso.
Ha llegado el momento de asumir nuestra propia defensa y seguridad. Debemos ser capaces de defendernos por nosotros mismos, construyendo un pilar europeo fuerte dentro de la OTAN. Y este salto lo tenemos que dar ya. No porque tengamos la intención de ir a la guerra sino todo lo contrario: porque queremos evitarla a cualquier precio, disuadiendo a cualquier agresor de manera convincente. Esto se consigue a través de un aumento de los gastos de defensa en el nivel de cada país, y de gastar juntos, para colmar grietas, evitar duplicaciones y mejorar la interoperabilidad de nuestros sistemas de defensa. En definitiva, una apuesta firme por una industria europea de defensa más ambiciosa a través de nuevas formas de financiación.
En mi calidad de embajador de la Unión Europea, no puedo más que reiterar el enorme honor que siento por ejercer mi cargo actual en este gran país. Europeos y argentinos tenemos un rico pasado en común. Con el paso del tiempo, hemos venido forjando nuestra condición de socios naturales y confiables. Sin embargo, nuestra relación alberga aún un enorme potencial. Sigamos trabajando para hacerlo realidad, sobre la base de nuestros valores e intereses compartidos.
Embajador de la Unión Europea en Argentina
Amador Sánchez Rico