Tras una fiesta de cumpleaños en Puerto Esperanza, “Tati” Piñeiro fue violada y asesinada; por el hecho detuvieron a su compañero de escuela, Hernán Céspedes, de 17 años, que luego apareció ahorcado en una comisaría de Puerto Iguazú; ambas familias reclaman justicia y señalan serias irregularidades
Diego Céspedes tiene 59 años, pero acumula el desgaste de un hombre de noventa. “Pasamos tanta bronca, tanta impunidad –dice– que hasta me agarró cáncer. Miro una foto mía de antes y no me reconozco”. Esa vida mejor era la de antes del 22 de julio del 2012, hace ya casi 12 años. Ese día, Hernán, su hijo de 17 años, apareció ahorcado con el cordón de una zapatilla en un calabozo de la comisaría de Puerto Iguazú, en Misiones.
En realidad, la suerte de los Céspedes se había empezado a estropear en los días anteriores, más precisamente durante la mañana del 12, cuando el cuerpo despatarrado de Lieni Itatí Piñeiro, apenas “Tati” para todos, fue encontrado sobre un sendero de tierra en un barrio de Puerto Esperanza, en el Alto Paraná Misionero, a 40 kilómetros al sur de las Cataratas. Tenía 18 años y era vecina y compañera de Hernán en el Bachillerato nocturno con Orientación Laboral Polivalente N°20.
Una investigación tan desprolija como apresurada derivó en la detención de Hernán como único culpable del femicidio. Su muerte, conveniente, sirvió para cerrar el expediente y acomodarlo en la pila de los casos resueltos. Sin embargo, tanto la familia de Tati como la de Hernán continúan reclamando justicia.
“Todos en el pueblo –asegura Diego– saben que a mi hijo lo usaron de perejil para tapar la macana de los hijos del poder. Estoy más que seguro que a Hernán lo mataron. Entonces no es uno solo, son dos los asesinatos que cometieron los dueños de Puerto Esperanza que siguen impunes”.
Hay seis policías imputados por la muerte de Céspedes, aunque la causa, dice la familia del joven, no avanza. Los padres de Tati también sienten que el asesinato de su hija sigue bajo el manto de la desidia.
Tati y Hernán vivían a no más de cinco cuadras de distancia. Hoy, esa cercanía se replica en el cementerio del kilómetro uno en donde están enterrados, separados por pocos metros.
Para entender el desenlace de esta trágica historia es necesario remontarse a la noche del 11 de julio de 2012 –es decir, unas pocas horas antes de la aparición del cuerpo de Tati– y detallar algunas circunstancias.
Aquella noche hubo una fiesta privada en un local ubicado sobre la avenida 20 de Junio, de Puerto Esperanza. Uno de los anfitriones era Fabián “Pendorcho” Gruber, sobrino del entonces intendente Alfredo Gruber e hijo de Gilberto “Pato” Gruber, exintendente y exdiputado provincial por el Frente Renovador de la Concordia, fallecido en 2018.
“Era una fiesta de cumpleaños –dice Diego– organizada por Pendorcho; estaban todos los hijos del poder, gente con mucha plata y con mucha influencia. Ahí llevaron a esa chica y se les pasó la mano”.
Tati apareció a la mañana siguiente en un claro de tierra colorada, rodeada de pastos altos, en un terreno donde se estaba construyendo un colegio. El cadáver estaba golpeado y tajeado, con el pantalón bajo. Más tarde los forenses confirmaron que la joven había sido violada y degollada, presumiblemente, con un cortaplumas.
«Todos en el pueblo saben que a mi hijo lo usaron de perejil para tapar la macana de los hijos del poder. Estoy más que seguro que a Hernán lo mataron. Entonces no es uno solo, son dos los asesinatos que cometieron los dueños de Puerto Esperanza que siguen impunes.»
Diego Céspedes, padre de Hernán
Para la Justicia de instrucción, el miércoles 11 de julio de 2012 Tati Piñeiro salió del bachillerato polivalente a las 21, y “al pasar por un terreno baldío fue interceptada por Hernán Céspedes quien tras violarla, la asesinó”. En el expediente se hizo constar que “la violó de una manera salvaje y luego la mató desgarrándole la garganta hasta que su carótida estalló”. El cuerpo semidesnudo de la chica fue hallado la madrugada del día siguiente en un baldío del barrio Nueva Esperanza.
“El pueblo siempre tiene que pagar lo que hacen los ricos”
Después del macabro hallazgo, un patrullero de la Unidad Regional V estacionó frente a la casa de los Céspedes. Los policías interrogaron a Hernán, requisaron su habitación y se llevaron su moto para someterla a peritajes. Al día siguiente, volvieron con una orden de detención firmada por el juez de Instrucción Juan Pablo Fernández Rissi, luego de que la prueba de luminol encontrara restos de sangre en la moto.
“Nos plantaron cosas –se queja el padre–. Mi otra hija vio cómo los policías metían un celular en el alero de mi casa y después dijeron que era el de Tati. También dijeron que encontraron ropa, pero la propia madre de Tati no la reconoció cuando la vio. Además, en el allanamiento me rompieron toda la casa, se llevaron 1200 pesos que en ese momento era mucha plata y que yo guardaba para pagar mi auto, mi ropa de trabajo y hasta la leche de mi nieta. Hasta hoy la policía no me devolvió la moto, la computadora, una filmadora y los celulares de toda la familia”.
Hernán quedó detenido en la comisaría de Puerto Esperanza. Era viernes y el lunes a primera hora debía declarar ante el juez. Sin embargo, ese fin de semana lo trasladaron sin previo aviso al destacamento de Puerto Iguazú. El domingo a las siete de la mañana, durante el cambio de guardia, los policías descubrieron el cuerpo rígido de Hernán, o al menos eso declararon. Tenía alrededor del cuello un cordón con uno de los extremos atado a un barrote de la celda.
“En el momento en que me dijeron que mi hijo estaba muerto enloquecí; empecé a correr, a gritar, me quería sacar la ropa, no podía creer lo que estaba pasando. Yo lo había ido a ver a la comisaría y él me había dicho ‘mami, me están pegando mucho, pero te juro que yo no tengo nada que ver’. A mi hijo lo han torturado para que acepte la culpa del crimen y, como no lo hizo, los mismos policías nos mataron un hijo de 17 años. Esa es la pura verdad. Ya ha pasado tanto tiempo sin justicia que quiero que toda la Argentina sepa lo que ha pasado en Puerto Esperanza”, dice Nora Valdez, la madre.
Por la muerte de Hernán, seis policías de la comisaría de Puerto Iguazú fueron imputados por abandono de persona e incumplimiento de deberes de funcionario público, pero todavía no fueron juzgados. La denuncia de la familia nunca avanzó.
Diego, el padre, reflexiona: “El expediente por el caso de mi hijo tiene 1500 fojas y fue derivado a Eldorado, pero parece que allá la impunidad es la misma que en Puerto Esperanza. Los policías le dieron una paliza y simularon un suicidio, pero todos se lavan las manos. Mi hijo fue un perejil y lo mataron para cerrar el caso. Los verdaderos asesinos andan sueltos como si nada. Cómo somos pobres, a nadie le importa. El pueblo siempre tiene que pagar lo que hacen los ricos”.
«A mi hijo lo han torturado para que acepte la culpa del crimen y, como no lo hizo, los mismos policías nos mataron un hijo de 17 años. Esa es la pura verdad. Ya ha pasado tanto tiempo sin justicia que quiero que toda la Argentina sepa lo que ha pasado en Puerto Esperanza»
Nora Valdez, madre de Hernán Céspedes
Dos muertes y una investigación plagada de irregularidades
El primer juez que tuvo la causa por la violación y asesinato de Lieni “Tati” Piñeiro fue Juan Pablo Fernández Rissi, quien luego de determinar que Hernán Céspedes habría sido el único autor del brutal femicidio, se apartó por los duros cuestionamientos de la propia familia de la víctima.
El entonces abogado querellante, Juan Carlos Selva Andrade, lo acusó de tener “una relación personal” con el intendente de Puerto Esperanza, Alfredo Gruber y su hermano, el diputado provincial Gilberto Gruber, tío y padre respectivamente de Fabián “Pendorcho” Gruber, de quien las familias de Tati Piñeiro y de Hernán Céspedes sospechan que es el verdadero responsable del femicidio.
El joven dijo, en un reportaje con Misiones On Line, en septiembre de 2013, que no conocía ni a la chica ni al adolescente, y que se había puesto a disposición de la Justicia para la realización de un examen de cotejo de ADN.
El propio juez admitió, antes de renunciar, que hubo contaminación de la escena del crimen porque varias personas estuvieron presentes durante los primeros peritajes, entre ellas, el intendente Gruber.
En los días posteriores al hecho, el periodista local Daniel Ortigoza recibió en su casa un CD con cinco fotos tomadas al cadáver de Tati. La mayoría de las imágenes mostraban el cuerpo en un lugar diferente al trillo donde finalmente apareció, presumiblemente el aeródromo de Puerto Esperanza, lo que confirmaría que al cuerpo lo trasladaron.
Pero eso no es lo más grave. En una de las fotos se ve el cadáver de Tati acostado sobre una camilla, totalmente lavado, lo que confirmaría una de las denuncias de Rosa González, madre de la víctima, quien había declarado que a su hija la llevaron al Hospital de Puerto Esperanza para borrar todo rastro de los asesinos. Vale recordar que por aquel entonces la directora del Área Programática de Salud de Puerto Esperanza, Wanda y Puerto Libertad era Graciela Toledo, esposa del exintendente y exdiputado Gruber y madre de Pendorcho.
Concluye Diego: “En la primera autopsia al cuerpo de Tati encontraron que en su mano izquierda tenía pelos rubios, y Hernán era morocho como yo, de pelo bien negro. Ni te tengo que decir que Pendorcho era rubio, ¿no?”.
Gastón Rodríguez LA NACION